
Es una isla que se encuentra en el macizo central del archipiélago de las Azores.
En el medio del océano existía un país próspero donde había árboles cargados de fruta que cubría todas sus montañas, arroyos límpidos que serpenteaban sus campos verdes y peces que saltaban a las redes. En este reino perdido en el Atlántico, vivía un rey. El gobernante de la tierra y el mar que tuvo nueve hijos, todos varones y todos muy amigos entre ellos. Azor en su infinita sabiduría, no queriendo romper esta armonía y ofreció un pico a cada príncipe. Todos los hermanos se mostraron complacidos con ese regalo y decidieron reunirse una vez al año. Hasta el día. Un dios menor envidioso de toda esa felicidad causó un terremoto de gran magnitud que hundió en el territorio, mató al rey y muchos de sus súbditos, pero Neptuno decidió intervenir y sumergió los nueve picos que el rey había dado a cada hijo. Los hermanos eran tan amigos, que cortaran árboles, construyeron barcos y aprendieron a navegar por los mares para poder abrazarse cada vez que podían escapar a las responsabilidades de sus islas, las encantadas, nueve que son ahora los Azores. Este es sólo una de las muchas leyendas que alimentan la imaginación de los Azores.
No es de las nueve que quiero hablar, pero sí de la más Graciosa, que debe su nombre a su singular belleza. Es la menos montañosa. La menos lluviosa. Su planicie es recortada por una caldera, un vestigio de un pasado volcánico sigue presente en la memoria de los habitantes de estas islas. La escasez de agua seca mucho el paisaje y las casas que domina la arquitectura local se visten de alba. La llaman por eso la isla blanca. Su condado es Santa Cruz da Graciosa y tres parroquias, Guadalupe, una tierra verde llena de verduras y los cereales, la Luz, con las aguas termales de Carapacho y las piscinas naturales para el deleite de la población y llegamos finalmente a la Playa. En el cono de esta última localidad está la cueva de azufre. Una magnífica caverna que se puede ver con las debidas precauciones, con un descenso al "infierno", por una escalera de caracol. Son 183 pasos para el lago de lava hirviente y su lago interno. Son las entrañas de los gases grises que exhala Gaya en contraste con el verde que nos rodea. Gracioso, llegamos al final, al mar de personajes fantasmales que dominaron las aguas y las vidas de las personas de esta encantadora isla.