Permaneciendo de pie de la rosa de los vientos imaginó hordas de matemáticos, cartógrafos y navegantes estudiando minuciosamente mapas y cartas marítimas rutas que aseguren el regreso de los barcos a buen puerto. Me imaginé los pensamientos, debates y conferencias que tuvieron lugar en este lugar desolado por el viento, y con una luz casi cegadora analizando los mejores puertos para los buques portugueses a lo largo de la costa africana. En una de las ventanas, me imaginaba al infante solo escaneando el horizonte con la plena certeza de que había nuevos mundos por descubrir. Y adiviné en su rostro, una cierta frustración en no poder partir con sus capitanes, para ver con sus propios ojos el cumplimiento de esta quimera. No voy a decir que es un lugar mágico, pero es impresionante por su paisaje agreste y por las marcas de un pasado audaz. Fue el centro de todas las decisiones del príncipe que se hizo cargo de este viaje universal que fueron los descubrimientos y la piedra es un recuerdo de su voluntad indomable. Gracias al infante los logros alcanzados por los portugueses se describieron en los anales de la historia del mundo por las mejores razones.