El viaje continúa al sonido de una suave brisa, del ruido rítmico del motor de la nave y el ulular de las aves marinas flotando sobre el mar. Poco a poco, las islas se cercan de nuestros ojos, el islote base y la desierta grande cubren nuestro horizonte, en el fondo puede verse la isla más pequeña encubierta. Tímidamente los rayos del sol desvelan las venas de estas islas rocosas, es como si alguien hubiera pintado capas de diferentes tonalidades de la parte superior hasta la costa de estas paredes de piedra, veteados de colores cruzan la lava volcánica oscura en tonos de amarillo-marrón y ladrillo manchado de verde. Las escarpas porosas arrancadas por los vientos terminan en cuevas bañadas de piedra gris e incluso el agua cambia de color, el mar es un de azul hipnótico que llama por nuestro cuerpo, incluso tenemos ganas de bucear. Aquí llegamos a la caleta de donde se ve la casa abrigo de los vigilantes de la naturaleza. Es el momento de poner los pies en el suelo. La tierra es curiosa, parece grava marrón, moteada de pequeños penachos de plantas, trato de vislumbrar la cumbre de la gran desierta, pero no vero por el sol, pero nada que impida apreciar la grandeza de esta montaña salvaje. Hay dudas sobre el camino que llevaran al grupo de 20 personas para el topo. Después de todo, es difícil visualizar el sendero, sin embargo, nada disuade a los excursionistas del club libres. Normalmente, los visitantes no pueden caminar en las desiertas excepción se hace grande a este grupo por su papel en la conservación de la naturaleza, son tres horas, hasta la parte superior es hora de irse. Curiosamente, el carril hasta ahora invisible se presenta en forma de escaleras talladas en la roca, hay cientos, toda la atención es poca, debido a rocas sueltas, pero los guardias experimentados los acompañan en esta aventura única. No es lo mismo que hacer una levada. No hay árboles, ni plantas en el camino, sólo rocas y el mar sin fin. En la parte superior, el paisaje es impresionante. No hay nada más allá que el mar de 360 grados y se ve por primera vez a Madeira desde la desierta grande. Después de ganar un nuevo aliento el descenso requiere más atención por el suelo resbaladizo. A lo largo de la costa hay una ruta predefinida, con visitas guiadas, que nos permite comprender la importancia de este ecosistema tan impredecible. No vio ningún lobo marino, sin pardela, ni monja siento tener que decirlo, pero a cambio nos fuimos objeto de la atención de lagartos audaces devoradores que no dudaron en tratar de encontrar comida en las mochilas y se subían las piernas sin ningún temor. Hubo un montón de gritos y risas ante la audacia de estos lagartos negros y sin miedo. Tiempo para un baño en las aguas cristalinas y cálidas. Es imposible describir el placer de nadar rodeado por un paisaje casi idílico, apolvilladlo con un poco de precipitación. También aquí se sienten los microclimas de estas islas. Es hora de irse, sabio a poco, el tiempo es siempre escaso cuando la experiencia es inolvidable. El ancla es izada y el viaje de vuelta se enfrenta a un nuevo reto, los vientos se levantaran, el mar está picado y el velero intercala las olas blancas salpicando todos de espuma salina. Siento una emoción en estos días de las aguas turbulentas, un fuerte sensación de estar viva y se dibuja una sonrisa en mi cara, a pesar de la navegación poco temerosa por el constante balanceo del barco todos se divierten y aquí estamos de nuevo en el suelo, cansados pero felices. Nos vemos el año que viene.