
Es una página más en el inmenso currículo de bailando con la diferencia, con coreografía de Paulo Ribeiro, con la co-creación con Leonor Keil y los Drumming GP de Miquel Bernat y Antonio Sergiño.
La sala poco a poco es invadida por un sonido rítmico de los albos cuerpos cuyas garras de metal marcan un compaso constante, sincopado. Hasta que la repulsión parte esta orden, esta rigidez del modelo que dejaba poco espacio para la libertad, para la imaginación. Se trata de una nueva partitura musical que se despliega ante nuestros ojos y de repente una disonancia se hace cargo de sus vidas, son los desafinados, que llenan el escenario con sus inconsistencias, sus diferencias y las desigualdades. Desean hacerse oír con sus gestos bruscos que entran en confrontes desiguales. De los más fuertes a los más débiles. Del más pequeños al más grandes. Los machos a las hembras. Y en medio de caos organizado se oye una voz femenina, el suave y envolvente clama: Si te atreves a decir que desafino amor / Ten en cuenta que esto me causa un inmenso dolor/ No todos los privilegiados tienen oído como el mío/ Tengo sólo lo que Dios me dio. Los versos callan fundo en las almas níveas que caminan el espacio y instalan un nuevo ritmo, revelando poco a pequeños gestos de un pasado de cadenas y esclavitud exorcizada por los cuerpos a través del candomblé.

Es el nuevo mundo que se avecina. Un nuevo orden que no se imponen por la fuerza, sino por el corazón. La improvisada percusión ayuda a incorporar el sentido de pertenencia. La disonancia de los cuerpos, aunque accidental, parece natural. Las diferencias se desvanecen con el tiempo, en un primer momento un solo marca el compaso, los restantes van al encuentro de esa armonía que les hace mucho sentido, ser sólo uno entre muchos. Los brazos se extienden con delicadeza en busca del amor. Las voces de ganan colores. Las sonrisas de complicidad invaden los rostros y las almas se unen en duetos improbables que borran las limitaciones físicas. Los límites se desdibujan sin darse cuenta, las risas son la tarjeta de visita de esa reunión, de esas nuevas complicidades. Los cuerpos ahora bailan en armonía, sintonizadas, sin la sombra del pasado, sin el dolor de lo no vivido, lo que no vieron y lo que aprendieron. El final se aproxima. En la apoteosis, la melodía nos invita a la fiesta, a este universo musical en la que también late un corazón del tamaño del mundo.