Una Mirada al Mundo Portugués

 

                                                                           

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El otro 25 de abril

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Es una historia de ficción sobre el sentimiento que invadió a los portugueses cuando oyeron la palabra revolución en la diáspora.

La primera pregunta que se hace en nuestro país cuando se habla de la Revolución de los Claveles, es: Dónde estaba usted el 25 de abril de 1974? Las respuestas varían para los que asistieron o no a ese momento histórico. Ninguna prospectiva es igual a la anterior. Lo que nunca se menciona es los miles de portugueses que se encontraban los inmigrantes. Qué sintieron al enterarse de un cambio tan radical en un país tan silencioso, tan callado y avergonzado por el miedo. La respuesta? La perplejidad y una cierta desconfianza de un evento improbable. Una revolución en Portugal? Nah. Yo estaba tan escéptico que al final de mi jornada de trabajo, incluso llamé a mi hermana, María del Amparo, para ver si era verdad lo que había leído en los periódicos. Oía y sin embargo no me atrevía a creer en lo impensable, que mi pueblo endurecido había dado un punto final al régimen y había terminado la miseria de vida en el que vivimos. Muchos una vez confirmado, como yo, la valentía de los que se quedaron, lloraron lágrimas de alegría y tristeza. La libertad había llegado a nuestro país, pero al mismo tiempo, recordaban el doloroso camino que los había traído hasta aquí.

Había una cierta amargura en la boca. Gran parte de nuestra generación se había roto en una guerra lejana que nada más no había traído que la pobreza. Vivimos en una época en que todo era escaso, zapatos, ropa, alimentos, medicinas y felicidad huía de nosotros como de la peste. Éramos en ese maldijo momento, un país de personas curvadas, obligadas a mirar constantemente al suelo por temor a que alguien viese algo más en una mirada de angustia y todo terminase en una denuncia anónima en la policía política. Teníamos el derecho de las primeras letras, a aprender a escribir, memorizar las tablas de multiplicar y el nombre de todas las ciudades, los ríos y afluentes que pertenecieron al imperio portugués a cambio un porrazo si no las llevábamos en la punta de la lengua. Al final se cantaba el himno nacional y con mucha suerte nos daban una hogaza de pan duro para el camino. Estudiar en las universidades era sólo para los ricos. Los podres se querían educación tenían que irse para el seminario. Pero no era para mí. Yo, como miles de jóvenes muchachos de mi edad, huyó de la vida militar y el hambre a través de una carta de invitación y documentos de identidad falsos. Embarcados en auténticos pozos de muerte flotantes, hacinados en camaretas fétidas apiñadas de gente como ganado, comíamos pasta mal cocida todo el viaje, en busca de una vida mejor. En el otro lado del mundo, América del Sur, la tierra del sol, de personas llenas de sonrisas que nos les gustaba trabajar y de mucha salsa, empezamos el día cuando el sol se negaba obstinadamente en despertar. Días de 12 horas para cargar y descargar las mercancías en varios puntos de Caracas. La vida era dura, pero valía la pena. Al presidente Bettencourt le gustaba los extranjeros que construían el capital que perpetuaría su nombre. Al igual que Salazar, que también dejo su herencia. Sin embargo, fue diferente. El sentimiento de represión no era tan intenso. Tan visceral. Uno caminaba por las calles de la ciudad limpia y tranquila, sin temor, no había atracos. Después de 38 años lo que ha cambiado? Es una más ironía del destino, en un país de abundancia, como es Venezuela, ahora hay escasez de todo, inseguridad, muertes y un dictador en el poder. En Portugal, ahh Portugal, tú necesitas es de más una revolución!

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