Había una cierta amargura en la boca. Gran parte de nuestra generación se había roto en una guerra lejana que nada más no había traído que la pobreza. Vivimos en una época en que todo era escaso, zapatos, ropa, alimentos, medicinas y felicidad huía de nosotros como de la peste. Éramos en ese maldijo momento, un país de personas curvadas, obligadas a mirar constantemente al suelo por temor a que alguien viese algo más en una mirada de angustia y todo terminase en una denuncia anónima en la policía política. Teníamos el derecho de las primeras letras, a aprender a escribir, memorizar las tablas de multiplicar y el nombre de todas las ciudades, los ríos y afluentes que pertenecieron al imperio portugués a cambio un porrazo si no las llevábamos en la punta de la lengua. Al final se cantaba el himno nacional y con mucha suerte nos daban una hogaza de pan duro para el camino. Estudiar en las universidades era sólo para los ricos. Los podres se querían educación tenían que irse para el seminario. Pero no era para mí. Yo, como miles de jóvenes muchachos de mi edad, huyó de la vida militar y el hambre a través de una carta de invitación y documentos de identidad falsos. Embarcados en auténticos pozos de muerte flotantes, hacinados en camaretas fétidas apiñadas de gente como ganado, comíamos pasta mal cocida todo el viaje, en busca de una vida mejor. En el otro lado del mundo, América del Sur, la tierra del sol, de personas llenas de sonrisas que nos les gustaba trabajar y de mucha salsa, empezamos el día cuando el sol se negaba obstinadamente en despertar. Días de 12 horas para cargar y descargar las mercancías en varios puntos de Caracas. La vida era dura, pero valía la pena. Al presidente Bettencourt le gustaba los extranjeros que construían el capital que perpetuaría su nombre. Al igual que Salazar, que también dejo su herencia. Sin embargo, fue diferente. El sentimiento de represión no era tan intenso. Tan visceral. Uno caminaba por las calles de la ciudad limpia y tranquila, sin temor, no había atracos. Después de 38 años lo que ha cambiado? Es una más ironía del destino, en un país de abundancia, como es Venezuela, ahora hay escasez de todo, inseguridad, muertes y un dictador en el poder. En Portugal, ahh Portugal, tú necesitas es de más una revolución!