
Es un guía de afectos que se inicia con los olores y sabores de la infancia a la edad adulta.
Hay olores que nos recuerdan de inmediato a la calidez de la cocina de nuestra madre y nuestras abuelas. Son los sabores de los afectos que nos acompañan durante toda nuestra vida y sin la cual no podemos vivir. Nuestros recuerdos más fuertes que nos acompañara están en la cocina. Cuando los mismos gestos que renueven en un movimiento circular y las ollas que expulsan botes de humo y ruidos anormales. El corazón de una casa portuguesa seguramente, donde todo sucede, la familia se reúne, se apiñan los amigos y los niños aprenden a través del gusto lo que es ser portugués. Mi escritura tiene el olor del mar. Me lleva a las vacaciones en la playa en verano, donde recogía los caracoles pegados a las rocas que eran hervidos y sazonados, para ser objeto de caza con una aguja, una tarea difícil e ingrata, que llevaba mucho tiempo, pero vale la pena el placer de la repetición el mismo gesto una y otra vez, aunque nunca saciara. Las lapas todavía con cáscara acabaditas de cosechar aprovechando la marea baja eran salteadas en mantequilla, ajo y jugo limón para el deleite de niños y adultos. Recuerdo que en la cocina de mi abuela, no faltaba el gallado seco empapado en aceite de oliva y vinagre, adornado con perejil picado, cebolla y el ajo. A primera vista, este manjar no inspiraba gran apetito por su color negruzco que parecía astillas de troncos, pero una vez superado los prejuicios, era comer y llorar por más. Harina de maíz caliente con las macarelas pequeñas freídas bañadas en salsa siempre serán siempre un clásico de mi infancia en los días fríos de invierno. Recuerdo el gran caldero de hierro burbujeando alegremente, el de la harina cocida, todavía hirviendo se vierte sobre muchos platos para que se enfríe. Lo que queda era cortado en cuadrados y frito acompañado con una ensalada de berros y carne asada. De da agua en la boca solo de recuérdalo.
En la edad adulta, el sabor del norte se establecido en my estómago. Feijoadas del Miño decoradas con todo tipo de carnes y embutidos llenaban los ojos y el vientre. La cava olía a vino del Duero y a jamón ahumado. Los intensos aromas y sabores que nos encaminaban para pensamientos acogedores y sueños pesados. En junio, los santos populares agudizaban las papilas gustativas. Es el reinado de sardinas saladas acompañadas de pimientos que eran prensadas en los asadores de carbón. La ciudad es invadida por el humo y conversaciones alegres empapadas en sangría fresca servida en mesas improvisadas en la calle. Las famosas Francesinhas nos aguardaban en el final de la noche universitaria, con su color rojo anticipando su naturaleza picante y sus fastuosas calorias. Un clásico de la invicta. Las vacaciones es el momento ideal para las fantasías del alma que nos conducían hacia el sur. Al Alentejo. Con su carne cubierta en almejas y cilantro. Los dulces elaborados con almendras son una referencia al pasado distante, sarraceno, hecha de historias y leyendas y vinos aromáticos que se saborean en buena compañía brindando por el final de otro día hermoso. Y toda esta charla me abrió el apetito! Adiós!